Pablo A. Jimenez Rojas, El Nuevo Día, 15 de abril de 2010
El abuso infantil en la iglesia es intolerable. Así de simple.
Por más de una década, el abuso de niños y jovencitos en la Iglesia Católica Romana ha sido un tema recurrente en las noticias internacionales. Recientemente, nuevas informaciones han avivado la discusión del asunto.
Empero, es necesario reconocer que este mal no se limita a la Iglesia Católica. El abuso de niños, niñas y de adolescentes es un mal que afecta en alguna medida a todas las comunidades religiosas. Del mismo modo, el abuso infantil ocurre en todas las organizaciones cívicas y comunitarias que sirven a la niñez. Los abusadores gravitan hacia estas instituciones, sabiendo que tienen una audiencia cautiva. Usan su acceso y su autoridad para traicionar la confianza de la niñez.
Las consecuencias del abuso sexual son devastadoras tanto para las víctimas como para la organización cívica o religiosa. Por eso, la única opción que tiene la sociedad es erradicar el abuso infantil. No podemos tolerar el abuso infantil en ninguna de sus modalidades.
El peor error que puede cometer una organización es proteger a los abusadores. Queriendo proteger la organización, algunos administradores prefieren minimizar los crímenes contra la niñez. Al final, los esfuerzos de negar el abuso infantil sólo traen vergüenza a la organización. En lugar de proteger la institución, la destruyen.
Exhorto a mis colegas en el ministerio, particularmente a quienes están en posiciones de autoridad, a adoptar políticas de cero tolerancia respecto al abuso infantil. Los sacerdotes, ministros y líderes religiosos que cometen crímenes contra la niñez y contra la juventud deben ser expulsados sumariamente de sus puestos. Aunque se les debe proveer ayuda psicológica y pastoral, no se deben quedar en puestos de autoridad. Del mismo modo, también deben ser expulsados del ministerio activo quienes protegen a los abusadores.
En resumen, debemos rechazar tajantemente el abuso sexual, tanto de parte de los abusadores como de quienes encubren sus actos delictivos. Así de simple.
(En la transición a la nueva página de El Nuevo Día, varias de mis columnas con sus respectivos comentarios desaparecieron. Las vuelvo a colocar, solicitando a quienes comentaron que vuelvan a colocar sus reacciones a las mismas).
¿Qué opina usted? Le invito a compartir su opinión, comentando tanto el contenido de esta columna como los comentarios de otros lectores.
El Rev. Dr. Pablo A. Jiménez es el pastor de la Iglesia Cristiana (Discípulos de Cristo) en el Barrio Espinosa de Dorado, PR. Para contactar el Rev. Jiménez, o acceder varios de sus escritos, grabaciones de audio o vídeos, visite http://www.drpablojimenez.com
El abuso infantil en la iglesia es intolerable. Así de simple.
Por más de una década, el abuso de niños y jovencitos en la Iglesia Católica Romana ha sido un tema recurrente en las noticias internacionales. Recientemente, nuevas informaciones han avivado la discusión del asunto.
Empero, es necesario reconocer que este mal no se limita a la Iglesia Católica. El abuso de niños, niñas y de adolescentes es un mal que afecta en alguna medida a todas las comunidades religiosas. Del mismo modo, el abuso infantil ocurre en todas las organizaciones cívicas y comunitarias que sirven a la niñez. Los abusadores gravitan hacia estas instituciones, sabiendo que tienen una audiencia cautiva. Usan su acceso y su autoridad para traicionar la confianza de la niñez.
Las consecuencias del abuso sexual son devastadoras tanto para las víctimas como para la organización cívica o religiosa. Por eso, la única opción que tiene la sociedad es erradicar el abuso infantil. No podemos tolerar el abuso infantil en ninguna de sus modalidades.
El peor error que puede cometer una organización es proteger a los abusadores. Queriendo proteger la organización, algunos administradores prefieren minimizar los crímenes contra la niñez. Al final, los esfuerzos de negar el abuso infantil sólo traen vergüenza a la organización. En lugar de proteger la institución, la destruyen.
Exhorto a mis colegas en el ministerio, particularmente a quienes están en posiciones de autoridad, a adoptar políticas de cero tolerancia respecto al abuso infantil. Los sacerdotes, ministros y líderes religiosos que cometen crímenes contra la niñez y contra la juventud deben ser expulsados sumariamente de sus puestos. Aunque se les debe proveer ayuda psicológica y pastoral, no se deben quedar en puestos de autoridad. Del mismo modo, también deben ser expulsados del ministerio activo quienes protegen a los abusadores.
En resumen, debemos rechazar tajantemente el abuso sexual, tanto de parte de los abusadores como de quienes encubren sus actos delictivos. Así de simple.
(En la transición a la nueva página de El Nuevo Día, varias de mis columnas con sus respectivos comentarios desaparecieron. Las vuelvo a colocar, solicitando a quienes comentaron que vuelvan a colocar sus reacciones a las mismas).
¿Qué opina usted? Le invito a compartir su opinión, comentando tanto el contenido de esta columna como los comentarios de otros lectores.
El Rev. Dr. Pablo A. Jiménez es el pastor de la Iglesia Cristiana (Discípulos de Cristo) en el Barrio Espinosa de Dorado, PR. Para contactar el Rev. Jiménez, o acceder varios de sus escritos, grabaciones de audio o vídeos, visite http://www.drpablojimenez.com
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